Un día, vio que habían reventado las uvas que guardaba en una de sus ánforas, y que de ella escurría un líquido espeso cuyo olor en nada se parecía a la dulzura de sus frutos. El rey tuvo la certeza de que dicho líquido era venenoso por lo que así se lo hizo saber a sus cortesanas.
Una de ellas, cuyo nombre no registra la leyenda, y que había perdido los favores del rey, se introdujo en la habitación que contenía las ánforas con intención de suicidarse con el veneno.
Con dicha intención, tomo un sorbo del espeso líquido, se sintió mareada, que las piernas le temblaban y que su corazón rebosaba dentro del pecho.
Tomó una jarra, la llenó de aquel líquido y se dirigió a las habitaciones reales y le presentó al rey dicha jarra.
El rey extrañado por la imagen de felicidad de su cortesana, probó la bebida y le surtió efecto; y juntos bailaron, rieron y se amaron.
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